Una belleza inusual y un “secreto” que atrae a los turistas: este Cristo crucificado sonriente es un tesoro que está en España
¿Está sonriendo o sufriendo? esta pregunta sobre esta rareza del arte sacro y esta historia ha sido contada por el reportaje de viaje de National Geographic, que habla de este lugar de peregrinación católica.

Hablamos del Cristo de Javier, una rareza del arte sacro fuera de la estética románica y gótica de la crucifixión. El Cristo está rodeado de un grupo de esqueletos que ejecuta la Danza de la Muerte. Esta escultura está en el castillo que vio nacer a San Francisco Javier, a 52 km de Pamplona, fue realizada en madera de nogal y se encuentra en la torre de Cristo, un pequeño espacio que era usado como capilla privada.
El Cristo crucificado sonriente
Lo que llama la atención d esta escultura es que Jesús está sonriendo, según el ángulo en que se mire el rostro. Los expertos de National Geographic explican que “como está colocada a una cierta altura, desde un plano contrapicado la sonrisa es evidente. Pero si fuera posible elevarse un poco, se vería que la expresión se va difuminando, y si la escultura se mira desde una posición más alta, el rostro adquiere un matiz de seriedad”.
A finales del siglo XV se realizaron las pinturas que lo rodean. Según un artículo publicado por la Universidad de Navarra, hay otros detalles que confirman que fue realizado dos siglos más tarde de lo que se creía, como “el cuerpo perfectamente vertical, las manos que se cierran sobre los clavos, los pies guardando prácticamente el eje”; en una representación similar al de otras tallas como la del monasterio de Santa María de Sigena, en Palencia.

Se dice que ocurrió un milagro en torno a este crucifijo: cuando San Francisco Javier murió en 1522 en las playas de las islas de Shangchuan, al sur de China, este crucifijo sudó sangre.
Hoy es posible visitar al castillo y las salas del museo dedicado al santo, donde están objetos de arte y documentos; importante es la capilla de San Miguel y la ‘habitación del Santo’, donde vivió Francisco Javier hasta que a los 19 años se marchó en su misión religiosa. En el castillo hay una placa que recuerda su nacimiento, pero su tumba está en el otro lado del mundo, en Goa. La renovación del castillo fue posible gracias a la Duquesa de Villahermosa y el conde de Guaqui, que hicieron construir la basílica en honor al santo navarro, inaugurada en 1901.